(2 Cor 8, 1-9 / Sal 145 / Mt 5, 43-48)
Escuchamos en la aclamación: “Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado.” Palabras que muchas veces quedan reducidas al mero hecho de la pasión del Señor. Al escucharlas hay que pensar en todo el misterio de la kénosis del Señor.
San Pablo en su exhortación a la generosidad pone de ejemplo el ejemplo del Señor: “Bien saben lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por ustedes, para que ustedes se hicieran ricos con su pobreza.” Y nos pide imitarle, que no nos importe tanto el acumular de oquis como el dar para ayudar.
Cristo vino al mundo por todos, no sólo por los que le aceptan, a todos nos ofrece lo mismo y va depender de cada quien lo mucho o poco que aprovechemos este don; San Agustín decía, «el Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti». Se necesita nuestra apertura para recibirle y nuestra generosidad para compartir su presencia viva a los demás.
Pidámosle a Dios que, por medio del Espíritu Santo, nos dé la capacidad de procurar el bien antes de responder al mal para demostrar que somos hijos de Dios “que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos” sin distinción. Porque si amamos sólo a los que nos aman ¿qué hacemos de extraordinario?
(P. JLSS)
0 Comments