(Gn 6, 5-8; 7, 1-5. 10 / Sal 28 / Mc 8, 14-21)

Cada que escucho el relato del diluvio pienso en el bautismo, concretamente en la oración de bendición del agua, en la que se bendice a Dios diciendo: «¡Oh Dios!, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el nacimiento de la nueva humanidad, de modo que una misma agua pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad» (cf. CCE 1219).

¿Qué día recibiste el bautismo? Con este sacramento somos injertados al cuerpo místico de Cristo, somos sepultados con Él en su muerte, para resucitar también con él (Cf. Rm 6, 4), valores este inmenso don ¿nos esforzamos por reconocer lo que implica este misterio de amor de Dios?

Los discípulos aún estando a un lado de Jesús, siendo testigos de sus milagros y poder, se dejan preocupar por cosas que no son en nada comparables con el poder del Señor. Van preocupados porque sólo llevan un pan, cuando el Señor ya había multiplicado los panes frente a ellos. ¿Qué te está preocupando en estos momentos? ¿Es más fuerte que Jesús eso que te mortifica?

Que fuerte es el reclamo que Jesús hace a sus discípulos: “¿Para qué tienen ustedes ojos, si no ven, y oídos, si no oyen?” Habría que preguntarnos si nos lo podría hacer también a nosotros. Pidámosle a nuestro Padre celestial mayor fe para no andar temiendo cualquier cosa y tener presente siempre que contamos con Él de nuestro lado.

(P. JLSS)