(Hch 11, 19-26 / Sal 86 / Jn 10, 22-30)
Que bello es escuchar que Jesús nos considera a cada uno de nosotros como algo que le ha dado el Padre para que lo cuide, teniendo en cuenta esto podemos reconocer en la Cruz el amor de alguien que prefiere sufrir él a que sufran los suyos. El Señor entregó su vida para que y yo seamos libres.
¿Qué otra prueba necesitas para reconocer el inmenso amor que Dios te tiene? Los judíos le piden al Señor que les diga directamente si es el mesías o no, a lo que el responde: “Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas.” Vuelve a surgir la necesidad de sentirnos ovejas de Jesús.
Él continúa diciendo a los judíos: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano.” Te imaginas cómo sería nuestra vida si confiáramos plenamente en que él no permitirá que nada nos arrebate de sus manos. En la cruz donde demostró lo comprometido que está con esto.
Espíritu Santo, muévete libremente en nuestro interior, acrecienta en nosotros la fe en la misericordia de Dios y danos la certeza de contar con el amor tu amor, para abrirnos a tu acción tal y como hicieron los habitantes de Antioquía, a los cuales conoció Bernabé y que “viendo la acción de la gracia de Dios, se alegró mucho; y como era hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe, exhortó a todos a que, firmes en su propósito, permanecieran fieles al Señor.” ¡Que nos alegre pertenecerle al Señor!
(P. JLSS)
0 Comments