(Is 1, 10. 16-20 / Sal 49 / Mt 23, 1-12)

Ayer se nos invitaba en la palabra a poner todo nuestro empeño en ser misericordiosos como el Padre es misericordioso; hoy hemos leído: “Purifíquense de todas sus iniquidades; renueven su corazón y su espíritu…” sólo procurando esta Purificación, lograremos ser misericordiosos como el Padre.

Jesús nos invita a estar atentos a las enseñanzas que se nos den, a dejar que la Palabra de Dios no llegue libre de toda manipulación: a los discípulos les llama a entretenerse en las limitaciones personales de los fariseos, sino en sus enseñanzas; y a los que tienen la función de enseñar, a no olvidar que Dios es el único Maestro, Padre y Guía supremo, hacia Él se debe dirigir y hacia él debemos dejarnos conducir.

Estemos atentos a Dios y busquemos agradarle sólo a Él, purifiquémonos de todo aquello que esté limitando la acción de la gracia en nosotros. “Lávense y purifíquense; aparten de mi vista sus malas acciones. Dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien, busquen la justicia, auxilien al oprimido, defiendan los derechos del huérfano y la causa de la viuda”.

Podámosle a Dios, Espíritu Santo, que nos auxilie con su fuerza para no dejarnos distraer por nada, ni por los errores de los demás, ni por los nuestros, que podamos reconocer cómo todas las experiencias de nuestra vida pueden ayudarnos en nuestro camino de santidad si no tratamos tanto de comprenderlas, quien se sabe amado por Dios sabe ceder.

(P. JLSS)