(Sof 3, 1-2. 9-13 / Sal 33 / Mt 21, 28-32)
El testimonio más grande que da un cristiano es el de la alegría y la esperanza, la alegría que brota del saber que nada nos puede separar del amor de Cristo (Cf. Rm 8, 31-35) y la esperanza que nadie ni nada nos puede arrebatar, ni comparar con nada (Cf. Flp 3, 8-14). ¿Cómo está tu alegría?
“Confía en el Señor y saltarás de gusto, jamás te sentirás decepcionado, porque el Señor escucha el clamor de los pobres y los libra de todas sus angustias”… no se nos debe olvidar esto jamás, sólo en Él debemos poner nuestra esperanza.
Abandonémonos al amor de Dios con la confianza de quien se sabe su hijo. Si ya aceptamos que nos ama, dejemos que ese amor se nos note y dejemos de lado toda falsa idea de que Dios nos juzga según nuestros criterios. Es bien fuerte para aquellos que se la juegan de buenos, la frase que Jesús lanza en el Evangelio: “Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios…” ya que quien se sabe pecador se puede arrepentir, pero creo se cree bueno no siente necesidad de hacerlo.
Padre, concédenos aceptar tu amor con humildad, que no nos dejemos engañar por nuestros prejuicios y maneras de pensar si no están iluminadas por tu amor. “Ven, Señor, no te tardes; ven a perdonar los delitos de tu pueblo”. Te necesitamos Padre, fortalece en nosotros la experiencia de tu misericordia.
(P. JLSS)
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