(Is 49, 1-6 / Sal 138 / Hch 13, 22-26 / Lc 1, 57-66. 80)
El veinticinco de diciembre celebramos, por tradición, el nacimiento de Jesús. Nueve meses antes el veinticinco de marzo celebramos la anunciación de su nacimiento, ese mismo día se compartió a María el hecho de que su prima estaba embarazada de seis meses, porque no hay nada imposible para Dios (Cf. Lc 1, 36-37).
Hoy celebramos el nacimiento de quien, no solo anunció la venidas del Señor, sino que también nos lo presentó como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Celebrarle implica un recordatorio de su misión y una invitación a no dejar de prepararnos para que el Señor llegue a nuestras vidas.
Zacarías pasa de la sordera a la alabanza cuando presenta al niño Juan en el templo, se nos dice que “cuantos se enteraban de ello se preguntaban impresionados: «¿Qué va a ser de este niño?» Esto lo decían, porque realmente la mano de Dios estaba con él.” ¿Existe algo en tu vida que te cueste trabajo compaginar con tu fe? ¿Qué tanta apertura tienes para reconocer los diferentes medios por los que el Señor se acerca a tu vida?
El nacimiento de Juan es para todos nosotros motivo de alegría porque nos recuerda la proximidad del Mesías, pidámosle a Dios que nos dé tal docilidad al Espíritu Santo que nuestra vida conduzca hacia Él, que erradique toda sordera voluntaria a su palabra y así, glorificándole, pidámosle vivir con valentía.
(P. JLSS)
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