LUNES – SEMANA XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Sab 1, 1-7 / Sal 138 / Mc 17, 1-6)

Que diferente sería nuestra espiritualidad si profundizáramos en las palabras de la aclamación: “Iluminen al mundo con la luz del Evangelio reflejada en su vida.” (cf. Flp 2, 15-16), muchos ponen todo su esfuerzo en manifestar su fe mediante con externas, cuando nuestro empeño debe estar puesto en abrirnos a Dios y obedecer sus inspiraciones.

Cuando el Señor les habla a sus discípulos del perdón, ellos le piden ayuda para lograrlo, le dicen que les aumente la fe, a lo que él les responde: “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decirle a ese árbol frondoso: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, y los obedecería”; sin decirles nada les dice todo.

Dios es Amor y quien le es fiel comienza a manifestar su luz, vive con serenidad, pues “la sabiduría es un espíritu amigo de los hombres, pero no dejará sin castigo al que blasfema, porque Dios conoce lo más íntimo del alma, observa atentamente el corazón y escucha cuanto dice la lengua”. A quien sigue a Dios con sinceridad, se le debe notar.

Pidamos a Dios que, por el poder del Espíritu Santo, nos impuse a ser mejores, siendo conscientes de su misericordia y su justicia. “No es posible evitar que existan ocasiones de pecado, pero ¡ay de aquel que las provoca! Más le valdría ser arrojado al mar con una piedra de molino sujeta al cuello, que ser ocasión de pecado para la gente sencilla.” No seamos piedra de tropiezo para nadie, a mi me gusta decir que «una cosa es caer y otra aventarse», quien conoce a Dios debe preocuparse por amar y cuidarse de no caer en la tentación…

(P. JLSS)

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