(Rom 1, 1-7 / Sal 97 / Lc 11, 29-32)

¿Aceptamos el amor de Dios o limitamos su acción en nosotros? Hemos sido invitados al “banquete de bodas” del Señor ¿vivimos como invitados o como extraños? Debemos pedirle a Dios que ablande nuestros corazones para aceptar las palabras de su Hijo y para aceptar todo aquello que él nos ofrece.

Debemos sentir nuestras las palabras de San Pablo, nosotros formamos parte de aquellos a quienes “Dios ama y ha llamado a formar parte de su pueblo santo” aquellos a los que el apóstol “desea la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor.” El único inconveniente que puede encontrar este deseo del apóstol es nuestra apertura o cerrazón.

Que triste sería que el Señor pudiera dirigirse a nosotros con las palabras del Evangelio: “La gente de este tiempo es una gente perversa. Pide una señal, pero no se le dará más señal que la de Jonás.” Porque implicaría que no hemos entendido nada del amor de Dios, de su misericordia y del deseo que tiene de que nos dejemos reconciliar con él (Cf. 2Co 5, 20)

Que el Espíritu Santo nos conceda la gracia de no dejarnos distraer por nada, de permitirle a Dios amarnos y no ponerle límites a su amor. Que el pensar en nuestro Señor Jesucristo nos haga exclamar: “El Señor ha dado a conocer su victoria y ha revelado a las naciones su justicia. Una vez más ha demostrado Dios su amor y su lealtad hacia Israel.”

(P. JLSS)