(Jon 1, 1-11 / Jon 2 / Lc 10, 25-37)
Jesús ha querido que manifestemos nuestra unión con él, el estar cimentados sobre él, de una manera concreta: “Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado.” Esto implica reconocer cómo nos ha amado para poder hacerlo con los demás. De la magnitud con la que reconozcamos y aceptemos su misericordia dependerá nuestra capacidad de amar a los demás.
Cristo es el buen samaritano que al vernos «heridos y casi muertos» por el pecado ha querido curarnos y no sólo eso nos ha dejado «encargados» y al cuidado del Espíritu Santo para no que jamás nos sintamos desamparados ¿qué tanto permites que se manifieste en tu vida la presencia del Espíritu Santo? O siguiendo con el ejemplo,:¿permites que se te siga atendiendo de tus dolencias?
¿Existe algo por lo que justifiques tu falta de capacidad para poder amar a alguien? En la parábola nuestro Señor pone como pretextos el servicio al templo, el no caer en impureza cultual, ambos muy justificables en su medio sin embargo se olvidaban de lo más importante, la caridad. Dios quiere misericordia y no tanto sacrificios (cf. Mt 9, 13).
Si quieres saber lo que necesitas para alcanzar la vida eterna, no pongas pretextos y procura amar, que éste sea tu mayor empeño: repartir el amor que has recibido de parte del Señor, no te preocupes tanto por evitar lo malo si antes no te estás preocupando por disfrutar lo bueno: el amor y la gracia de Dios. Que el Espíritu Santo nos ayude a ser imitadores de Cristo que vino a servir y a dar su vida por la redencion del mundo (cf. Mt 20, 28).
(P. JLSS)
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