(1Tim 2, 1-8 / Sal 27 / Lc 7, 1-10)
Ayer en la palabra se nos invitaba a cuestionarnos acerca de quién es Jesús para nosotros y decíamos que de la respuesta que demos a esta pregunta dependerá nuestra manera de afrontar la vida y de vivir nuestra fe. Nosotros creemos que el amor que Dios nos tiene nos lo ha demostrado enviando a su Hijo para salvarnos, no para condenarnos (Cf. Jn 3, 16-17).
Hoy escuchamos en el Evangelio un momento en el que podemos contemplar, por un lado, a nuestro Señor Jesucristo misericordioso y, por otro, una persona que pensó más en el poder de Jesús que en sí mismo. No le limitaron sus prejuicios o complejos personales, antepuso siempre el poder del Señor.
Como discípulos del Señor estamos llamados a esto precisamente, a no permitir que que por nuestras dudas o miedos el Señor no pueda actuar en nosotros, no le cerremos las puertas y digámosle como el oficial Romano «yo no soy digno de que tú entres en mi casa… Basta con que digas una sola palabra y quedaré sano».
Padre, concédenos cambiar nuestras maneras de pensar, que busquemos aprovechar más la fuerza de tu amor que cualquier otra cosa, que prefiramos siempre la oración antes que la confrontación, no permitas que nos movamos por miedo, queremos vivir siempre movidos por tu amor.
(P. JLSS)
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