(St 1, 1-11/ Sal 118 / Mc 8, 11-13)

¿Cómo está nuestra confianza en Dios? En el Evangelio de San Juan, mientras Jesús está despidiéndose, es interpelado por el apóstol Tomás, si no sabían a dónde iría cómo sabrían el camino para llegar allá, a lo que el Señor responde: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre si no es por mí…” si queremos estar seguro del rumbo que llevamos, de las respuestas que damos a nuestras interrogantes y de nuestra forma de vivir basta con revisar si Jesús estorba allí o no.

En el Evangelio escuchamos cómo los fariseos pedían al Señor una señal para probarle, Jesús no realizaba milagros en busca de aprobación sino que estos funcionaban como comprobación de su presencia en medio de nosotros. En otras palabras, al Señor no le debemos buscar cómo milagrero, debemos creer en su persona, aceptar todo lo que esto implica y abandonarnos a su gracia confiados.

El apóstol Santiago nos enseña: “Cuando se vean asediados por toda clase de pruebas y tentaciones, ténganse por dichosos, sabiendo que las pruebas a que se ve sometida su fe les darán fortaleza, y esta fortaleza los llevará a la perfección en las buenas obras y a una vida íntegra e irreprochable”. Porque nuestro corazón debe estar puesto en lo eterno, no en lo efímero.

Pidámosle a Dios que invada por completo nuestro corazón, que lo transforme, de manera que cambien todos nuestros intereses y que siendo Él nuestra mayor riqueza vivamos conforme a lo que esto implica significa. Que el Espíritu Santo nos transforme en «anawim» y nuestra manera de vivir el amor anime a los demás a vivir en tu amor.

(P. JLSS)