(2Sm 5, 1-7. 10 / Sal 88 / Mc 3, 22-30)
Ayer que celebrábamos el Domingo de la Palabra de Dios, citamos una frase de san Jerónimo: «La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo» (In Is., Prólogo: PL 24,17) y tras escuchar el Evangelio de este día cabría preguntarse qué tan dispuesto se está a la novedad de la Palabra de Dios que es viva y eficaz (cf. Hb 4, 12).
Los personajes del Evangelio, quizá creían conocer tanto las Escrituras que llegaron a cerrarse al dinamismo propio de la Palabra de Dios, a tal grado, que no fueron capaces de ver la gloria de Dios en los milagros del Señor, prefiriendo denostarle a Él diciendo: “Este hombre está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y por eso los echa fuera”, antes que abrirse a la novedad.
Es fuerte la advertencia del Señor: “Yo les aseguro que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y todas sus blasfemias. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno”. Quizá no le preocupaba que dudaran de él, por su semejanza a nosotros, lo que si le preocupaba es que dudarán del poder del Espíritu Santo. ¿Estás abierto(a) a las inspiraciones del espíritu?
Al escuchar la historia del rey David, hemos sido testigos de cómo la voluntad de Dios siempre se cumple, se atrasa o apronta por nuestras acciones, se cumple en nosotros o no por nuestras decisiones. Por ello te queremos pedir, Padre Todopoderoso, que nos hagas dóciles al Espíritu Santo para no limitar tu acción en nuestras vidas. “Jesucristo, nuestro Salvador, ha vencido la muerte y ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio”. Que esa vida se nos note.
(P. JLSS)
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