(Hb 1, 1-6 / Sal 96 / Mc 1, 14-20)

Hoy comenzamos en la liturgia el tiempo ordinario, dentro del año litúrgico hay tiempos fuertes: Adviento y Navidad; Cuaresma, Triduo Pascual y el tiempo pascual (hasta Pentecostés); el tiempo existente entre estos tiempos le llamamos así. Es un tiempo en el que nos adentraremos en el misterio de Cristo sin tema determinado.

Acabamos de terminar el tiempo de Navidad en el que estuvimos meditando mucho que “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo”. Saber que Dios ha enviado a su Hijo para redimirnos, debe invadirnos de gozo…

Si somos conscientes que “el Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la imagen fiel de su ser y el sostén de todas las cosas con su palabra poderosa”, nada debería hacernos temblar, debemos adentrarnos en el misterio del Hijo, ya que si creemos en Él se nos debe notar.

A cada uno de nosotros el Señor nos hace la invitación “Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres”, pidámosle al Señor que por la fuerza de su Espíritu Santo, pongamos más esfuerzo en seguir a Jesucristo, que en hacer cosas que «demuestren que le seguimos». Gocemos el amor y la gracia que Cristo nos ofrece siempre y así podremos manifestar que creemos en Él aún sin darnos cuenta. Sigámosle a Él.

(P. JLSS)