(2Cor 3, 15-4, 1. 3-6 / Sal 84 / Mc 5, 20-26)
Siguiendo con nuestra reflexión acerca de dónde debemos poner mayor empeño a la hora de querer vivir con mayor profundidad nuestra fe, vienen muy bien las palabras del Evangelio: “Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos”.
A Dios no se le debe de “cumplir”, la fe se debe asumir y vivir; nuestro empeño debe de ponerse en disfrutar el amor y la gracia de Dios, dejar que su acción vaya produciendo frutos en nuestro interior. Aceptando aquello que el Señor nos esté pidiendo, lo primero a lo que el amor invita es a la reconciliación.
Quien se sabe amado y permite que el amor le invada completamente, casi de forma inmediata quitará la fuerza dada al rencor, al resentimiento, a la culpa, adquiere la fuerza para afrontar lo que venga. San Pablo vuelve a invitar a los corintios a no fijarse tanto en la persona sino en la acción de Dios: “nos vamos transformando en su imagen, cada vez más gloriosa, conforme a la acción del Espíritu del Señor”.
Padre, nos ponemos en tus manos, envía al Espíritu Santo a nuestros corazones y que por su fuerza seamos capaces de erradicar de nosotros todo resentimiento o rencor hacia alguien y así experimentar la libertad del amor. ¡Para ser libres hemos sido liberados por Cristo!
(P. JLSS)
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