(Hch 13, 13-25 / Sal 88 / Jn 13, 16-20)
Hemos escuchado en la primera lectura, cómo San Pablo y Bernabé, iban cumpliendo con la misión que el Señor les había encomendado, ayer nos cuestionábamos qué tanto le creemos nosotros a Dios, hoy debemos cuestionarnos si somos capaces de reconocer en nuestro día a día las capacidades que tenemos.
Si Dios nos ha confiado algo, es porque nos sabe capaces. No dudemos de eso jamás, si Él confía en nosotros ¿por qué andar nosotros desconfiando? Mucho influirá para nuestra desconfianza el poder que le demos al “qué dirán”, mucho más si en ese interés nos ignoramos a nosotros mismos.
Escuchemos las palabras del salmo: “proclamaré sin cesar la misericordia del Señor y daré a conocer que su fidelidad es eterna, pues el Señor ha dicho: «Mi amor es para siempre y mi lealtad, más firme que los cielos.” Hagamos esto, quien no es capaz de reconocer lo bendecido que ha sido, vivirá desanimado y hasta envidiando todo lo de los demás. Quien lo reconoce vive más en paz.
En Cristo, todos hemos sido bendecidos abundantemente, aceptemos la magnitud de su amor y de su misericordia, después de lavar los pies dice a sus discípulos: “el sirviente no es más importante que su amo, ni el enviado es mayor que quien lo envía. Si entienden esto y lo ponen en práctica, serán dichosos”, seremos dichosos porque nos daremos cuenta que Dios actúa siempre con amor, no reacciona ni nos paga cómo merecen nuestros pecados (cf. 103, 10), siempre nos da lo que necesitamos para estar mejor ¿qué es lo que ahorita necesitas? ¡Pídeselo!
(P. JLSS)
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