JUEVES – SEMANA II DE PASCUA

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(Hch 5, 27-33 / Sal 33 / Jn 3, 31-36)

“Tomás, tú crees, porque me has visto. Dichosos los que creen sin haberme visto…”, con estas palabras el Señor le contesta al apóstol que por dudar del testimonio de sus compañeros, habla de más y asegura que no creerá en la resurrección del Señor hasta no «ver y tocar» ¿En estos momentos crees estar necesitando de lo mismo?

Creo que ante estas palabras de Jesús no nos resta más que hacernos dos preguntas: ¿Cómo podemos pedirle algo a alguien en quien dudamos? o, también, ¿Cómo se nos concederá esto si lo pedimos sin fe? Aceptemos el amor del Señor y creamos en Él. “El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Aquel a quien Dios envió habla las palabras de Dios, porque Dios le ha concedido sin medida su Espíritu”.

Ante las amenazas del Sanedrín y ante todos los peligros, Pedro y los demás apóstoles tenían muy claro que: “Primero hay que obedecer a Dios y luego a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de la cruz. La mano de Dios lo exaltó y lo ha hecho jefe y salvador, para dar a Israel la gracia de la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de todo esto y también lo es el Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que lo obedecen”.

Pidamos a Dios que nos conceda mayor fe, si bien creemos, debemos reconocer también nuestra necesidad de que tener la fe que nos falta (cf. Mc 9, 23-24), que no sea algo meramente teórico sino una convicción total, una certeza, nuestra verdad. Que vivamos confiados en aquel que venció la muerte y que alejarnos de Él sea lo único que nos atemorice.

(P. JLSS)

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