Fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote
(Is 52, 13-53 / Sal 140 / Lc 22, 14-20)
Cada jueves después de Pentecostés se nos invita a reflexionar en nuestro Señor Jesucristo como sumo y eterno Sacerdote, pero «¿En qué sentido Jesús es Sacerdote? Nos lo dice precisamente la Eucaristía. Podemos tomar como punto de partida las palabras sencillas que describen a Melquisedec: «Ofreció pan y vino» (Gn 14, 18). Es lo que hizo Jesús en la última Cena», por eso se dice que es sacerdote según el rito de Melquisedec (Cf. Hb 7, 15-22).
En la Institución de la Eucaristía ha querido perpetuar su sacrificio, cada día que el sacerdote celebra la Eucaristía actúa «in persona Christi Capitis» y en representación del Señor «no actúa nunca en nombre de un ausente, sino en la Persona misma de Cristo resucitado, que se hace presente con su acción realmente eficaz. Actúa realmente y realiza lo que el sacerdote no podría hace.»
En la Eucaristía reconocemos que “Todos andábamos errantes como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.” Cristo, siendo víctima y sacerdote, se ofrece a sí mismo en la cruz de forma cruenta e incruenta en cada Eucaristía con el mismo objetivo: la Salvación del Mundo.
En esta festividad, la Iglesia nos invita a acrecentar nuestra confianza «porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.» (Hb 4, 15) y a pedirle con mayor intensidad a nuestro sumo sacerdote su protección y a aceptar lo que se nos ofrece: el Pan de Vida (Cf. Jn 6, 51-58)
(P. JLSS)
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