Con un lenguaje al mismo tiempo amargo y realista, Jesús evalúa el “fracaso” de su misión. Y luego –citando un extenso pasaje de Isaías (6, 9-10)– pasa a hacer una especie de balance de su actividad como predicador itinerante. Los destinatarios son, por supuesto, todos los hombres, pero muchos no logran entenderlo. La multitud es difícil de “permear”, pero hay también gente dispuesta a conocer «los misterios del Reino» y, por eso, vienen proclamados «bienaventurados». Éstos encontrarán, finalmente, lo que otros ni siquiera se tomarán la molestia de buscar.
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