(1Re 3, 5-13 / Sal 118 / Rm 8, 28-30 / Mt 13, 44-52)

El domingo pasado reflexionábamos acerca de la necesidad que existe de ser dóciles a la palabra de Dios y no desesperarnos en su acción. Hoy la palabra nos invita a reflexionar qué tan valioso es para nosotros la palabra de Dios, esto es necesario hacerlo porque de acuerdo al valor que le demos será nuestra docilidad a ella.

En el Evangelio Jesús utiliza dos ejemplos acerca de este tema: el tesoro escondido y la perla de gran valor, en ambos ejemplos habla de dos personas que venden todo lo que tienen para comprar el campo donde está el tesoro y el otro vende todo lo que tiene para comprar la perla ¿existe algo que no te hayas atrevido a soltar por el Reino? ¿A qué se debe?

Reconozcamos qué es aquello que no nos atrevemos a soltar y cuáles son las causas de esto y pidámosle a Dios que nos dé sabiduría para reconocer la grandeza de nuestra esperanza para poder hacer verdaderos juicios de valor ante nuestras tentaciones. Dios nos quiere a su lado por eso nos «ha llamado, justificado y quiere glorificarnos.»

Pidámosle a nuestro Padre celestial su ayuda para no andar dejándolo de lado por cualquier cosa, digámosle junto con el salmista: “Señor, que tu amor me consuele, conforme a las promesas que me has hecho. Muéstrame tu ternura y viviré, porque en tu ley he puesto mi contento.” Procuremos ser «peces buenos», vivamos conforme a lo que creemos y esperamos.

(P. JLSS)