DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Is 66, 10-14 / Sal 65 / Gal 6, 14-18 / Lc 10, 1-12. 17-20)

Tras las lecturas de la semana pasada en la que pedíamos a Dios que nos hiciera reconocer aquello que nos estuviese esclavizando haciéndonos perder la libertad que el Señor ha querido darnos, no resta más que exclamar: ¡Las obras del Señor son admirables! Y en ese gozo vivir.

En Jesucristo se han cumplido todas las profecías, como la de Isaías que hemos escuchado hoy: “Como niños serán llevados en el regazo y acariciados sobre sus rodillas; como un hijo a quien su madre consuela, así los consolaré yo…”, se trata de Dios que quiere consolarnos ¿estamos dispuestos a dejarnos consolar? (Cf. 2Cor 5, 17-21)

San Pablo enseña a los gálatas: “No permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”, para enseñarles que su orgullo debe estar puesto en aquel que nos ha dado la libertad independientemente de nosotros mismos; y utilizando una imagen muy conocida para el ganado y/o los esclavos, a los que se les marcaba para indicar quién era su dueño, dice: “porque llevo en mi cuerpo la marca de los sufrimientos que he pasado por Cristo”.

Este domingo la invitación es clara, hacer lo que nos toca teniendo en cuenta que en nuestra vida diaria, en las labores más simples, somos servidores de Cristo, enviados a hacerle presente en medio de cada una de nuestras realidades cotidianas. Dejemos que la gracia del Señor nos invada y busquemos siempre su gloria y no la nuestra. “Pero no se alegren de que los demonios se les someten. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.

(P. JLSS)

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