DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Sir 27, 5-8 / Sal 91 / 1Cor 15, 54-58 / Lc 6, 39-45)

“Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”… con estas palabras nos invitaba, la semana pasada, a ser muy prontos para amar, no así para reaccionar. Este domingo es de revisión y preparación; revisión, sobre nuestra seguridad en Dios y, preparación, para la vivencia de la Cuaresma.

San Pablo alienta a los Corintios (y a cada uno de nosotros) a vivir en la libertad de ser hijos de Dios, sin miedo a nada, ni siquiera a la muerte: “Así pues, hermanos míos muy amados, estén firmes y permanezcan constantes, trabajando siempre con fervor en la obra de Cristo, puesto que ustedes saben que sus fatigas no quedarán sin recompensa por parte del Señor”. Preocupándonos por presentarnos frente al padre con buenos frutos, que cuando nos toque irnos vayamos bien preparados.

“No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos”. Así que si te crees un «buen árbol»?, debes cuestionarte sin miedo si estás dando buen fruto o más fruto que el año pasado o si ya te estancaste. De lo que se trata es de vivir lo que somos y no andar sólo aparentando cosas.

Pidámosle a Dios ser íntegros, que nunca nos salga el cobre, como se dice coloquialmente, porque “el hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón; y el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón”. Dejemos que Dios llene nuestro corazón, para que no salga de nosotros nada desedificante sino sólo aquella que comunique la gracia y edifique (cf. Ef 4, 29).

(P. JLSS)

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