divina misericordia

DOMINGO V DE CUARESMA

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(Jr 31, 31-34 / Sal 50 / Hb 5, 8-9 / Jn 12, 20-33)

La semana pasada se nos recordaba que Jesús tenía que ser levantado «para que todo el que crea en Él tenga vida eterna», se nos presentaba él mismo como el remedio para nuestros males, hoy se nos invita a reconocerle cómo tal. “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” ¿te dejas atraer por el Señor?

A Dios le interesa que tengamos claro que debemos amarnos, en Jesucristo podemos descubrir eso, ya que en él se cumplen las palabras de Jeremías: “Ésta será la alianza nueva que voy a hacer con la casa de Israel: Voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente y voy a grabarla en sus corazones.”

Muchas veces pareciera que creyéramos que Dios no comprende nuestros sufrimientos, tristezas o dudas, sin embargo en la misma escritura podemos escuchar que “Durante su vida mortal, Cristo ofreció oraciones y súplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad.” Aún cuando se vino el sufrimiento su elección por nosotros, su amor, fue más grande.

Sigamos a Jesús, estemos atentos y perseveremos, escuchemos su voz: “El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre”. Y cuando queramos desfallecer, que nos aliente saber que nuestro Señor, por puro amor a nosotros: “A pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen”. Abandonémonos a su amor.

(P. JLSS)

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