(Hch 14, 19-28 / Sal 145 / Jn 14, 27-31)
¿Existe algo en estos momentos de tu vida que te esté robando la paz? ¿Ya le pediste al Espíritu Santo ayuda con eso? Jesús en el Evangelio nos recuerda que contamos con él: “La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden.”
Los discípulos estaban muy convencidos del auxilio con el que contaban y no dejaban que nada los distrajera de la misión que Dios les había encomendado, ni siquiera unas «pedradas» que los dejaran casi muertos. Eran conscientes de que nada les apartaba del amor con que los ama Cristo.
Y es que el mismo Señor nos ha dejado de manifiesto que la fidelidad del Padre es mayor que cualquier cosa por más escandalosa que pudiera ser, la cruz nos enseña esto, porque como él mismo enseñó: “es necesario que el mundo sepa que amo al Padre y que cumplo exactamente lo que el Padre me ha mandado.”
Cristo nos ha dejado en claro la magnitud del amor de Dios por nosotros en su sacrificio, en su resurrección nos manifiesta que su poder es más grande que la muerte, que el Espíritu Santo fortalezca en nosotros la esperanza de alcanzar un día todo aquello que se nos ha prometido, Dios es fiel (Cf. 2Tes 3, 3).
(P. JLSS)
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