(Zac 8, 1-8 / Sal 101 / Mt 18, 1-5)
El catecismo de la Iglesia Católica nos dice en el número 328: «La existencia de seres espirituales, no corporales, que la sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición.» La creencia en ellos no es algo para niños, es una realidad que debemos valorar.
El Señor en el Evangelio dice: “Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo…” tanto tú como yo contamos con ángeles custodios que velan por nosotros y nos pueden inspirar aquello que debemos hacer o no hacer ¿hace cuanto no rezas a tu ángel de la guarda?
«Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) hasta la muerte (cf Lc 16, 22), la vida humana está rodeada de su custodia (cf Sal 34, 8; 91, 10-13) y de su intercesión (cf Jb 33, 23-24; Za 1,12; Tb 12, 12)… Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios.» (Cf. CCE 336)
“Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos.” Pidámosle a nuestro Padre Celestial la humildad necesaria para aceptar que su protección supera nuestra lógica que él procura nuestro bien de diversas maneras y una de tantas de ellas es a través de nuestro ángel custodio. «Ángel de mi guarda, mi dulce compañía, no me desampares, ni de noche ni de día, hasta que me entregues en los brazos de Jesús, José y María. Con tus alas me persigno y me abrazo de la cruz, y en mi corazón me llevo al dulcísimo Jesús. Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, con la Virgen María y el Espíritu Santo.»
(P. JLSS)
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