(Gn 3, 1-8 / Sal 31 / Mc 7, 31-37)
La tentación de la serpiente siembra en Adán y en Eva es muy interesante: “De ningún modo. No morirán. Bien sabe Dios que el día que coman de los frutos de ese árbol, se les abrirán a ustedes los ojos y serán como Dios, que conoce el bien y el mal…” comienza con una mentira y continúa con una verdad a medias como siempre.
La pregunta para nosotros pudiera ser ¿de qué le ha servido al hombre reconocer la diferencia entre bien y mal? ¿A qué le hacemos más caso? Muchas personas, al igual que Adán y Eva, se “alejan” de Dios al reconocer sus pecados, se esconden en lugar de cambiar.
Jesús nos ha presentado a Dios como nuestro Padre Misericordioso, cabría cuestionarnos si realmente le creemos, hoy la palabra nos invita claramente a pedirle a Dios que «abra, nuestros corazones, para que aceptemos las palabras de su Hijo», hoy concretamente, pídele experimentarte amado(a) por Él, o como le gusta decir al Papa Francisco: “misericordiado(a)”.
Cada uno de nosotros por diferentes circunstancias de nuestras vidas nos podríamos asemejar al sordo mudo del Evangelio, muchos dejamos de escuchar al Señor y de proclamarlo como salvador, dejémosle que se acerque a nosotros, no nos escondamos, dejémosle que toque nuestras limitaciones y quite toda nuestra cerrazón diciéndonos “¡Effetá!” (que quiere decir «¡Ábrete!».
(P. JLSS)
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