MIÉRCOLES DE LA OCTAVA DE PASCUA

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(Hch 3, 1-10 / Sal 104 / Lc 24, 13-35)

La narración de este pasaje de los discípulos que van hacia Emaús es muy bello y puede ser de mucho provecho para nuestras vidas si lo analizamos con detenimiento, se trata de dos hombres que van caminando hacia un pueblo, platicando todo lo sucedido en Jerusalén pero estaban abiertos al otro.

Mientras caminaban Jesús se les acerca, les acompaña por el camino, les explicas las escrituras y esto hace que los discípulos lo quieran cerca, no lo quieren dejar ir. Mientras más comprendes la palabra de Dios ¿le aceptas o le rechazas más? Me refiera a tu reacción ante lo que Dios te pide ¿estás dispuesto(a) a más o ya te es suficiente?

Pidámosle a Dios que nos ilumine y ayude para saber discernir con claridad aquello que él nos esté pidiendo, que valoremos más su acción que cualquier otra necesidad a la que le hayamos dado demasiada importancia. El hombre lisiado de nacimiento, sólo pedía una moneda que Pedro no tenía, sin embargo, por esto fue curado: “No tengo ni oro ni plata, pero te voy a dar lo que tengo: En el nombre de Jesucristo nazareno, levántate y camina.” ¿Nos habríamos alegrado ante el poder de Jesús o habríamos llorado por la moneda?

Cristo es nuestra mayor riqueza, el se quiere involucrar en nuestras vidas, dejemos que lo haga. Acudamos a la Eucaristía confiando en que Él quiere estar cerca de nosotros, explicarnos las Escrituras y abrirnos los ojos para que podamos reconocerle al partir el pan. No nos entretengamos tanto con cosas que no tienen tanto valor.

(P. JLSS)

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