(St 1, 19-27 / Sal 14 / Mc 8, 22-26)
“Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestras mentes, para que podamos comprender cuál es la esperanza que nos da su llamamiento…” si nuestra esperanza esta firme en el Señor y todo lo que nos ofrece, no nos dejaremos encandilar por cualquier cosa.
En este pasaje del Evangelio podemos reconocer algunos elementos muy interesantes, se busca la discreción “Tomándolo de la mano, Jesús lo sacó del pueblo…”, después, siguiendo la fama que tenía la saliva de poseer efectos curativos, le pone en sus ojos para indicarle al ciego qué es lo que va a hacer, y por último, le impone manos para que los demás reconocieran su poder (Cf. 2Re 5, 11), y comienza la sanación.
Podemos descubrir que el ciego no era desde su nacimiento, ya que mientras éste se va curando dice ver a los hombres como si fueran árboles… ha de ser algo muy difícil perder la vista, pasar de la luz a la oscuridad. Viene muy bien las palabras de Santiago: “Pongan en práctica esa palabra y no se limiten a escucharla, engañándose a ustedes mismos; pues quien escucha la palabra y no la pone en práctica, se parece a un hombre que se mira la cara en un espejo, y después de mirarse, se da la media vuelta y al instante se olvida de cómo es”.
Nosotros nos hemos encontrado con Cristo, És la luz del mundo, no debemos dejarnos encandilar por nada. Cuando uno entra a una habitación después de venir de un lugar muy soleado no mira nada, después de un momento poco a poco se comienza a mirar, no porque haya luz sino porque los ojos se acostumbran a la oscuridad. No nos acostumbremos a que nos falte la luz, pidamos a Dios que nos dé la capacidad de estar siempre abiertos a su luz.
(P. JLSS)
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