(Ex 12, 1-8. 11-14 / Sal 115 / 1Cor 11, 23-26 / Jn 13, 1-15)

Es bien bonito que ante la narración de la última cena Juan afirme que “sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Es en el contexto de este inmenso amor cómo debemos interpretar este día.

En ella Jesús nos ha querido dar claro que debemos dejar de lado nuestra soberbia y falsa humildad y dejarnos amar por Él, Pedro se sentía indigno de que le lavaran los pies, pero ¿quién de nosotros es digno? Nadie. En una plegaria eucarística le agradecemos al Señor «hacernos dignos de servirle en su presencia». Debemos aceptar la gratuidad del amor.

Hagámosle caso al Señor que nos dice: “Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan.” Que el amor de Dios nos impulse a amar.

También, en esta cena de despedida, Jesús nos dejó su cuerpo como alimento para el camino, para que tengamos dónde encontrar fuerzas para perseverar gracias a todo la fuerza y el amor que ella se contiene. Padre Bueno te pedimos que nos des la capacidad para aceptar el amor con el que te nos ofreces en la eucaristía, el amor en tu entrega que en él está y la fuerza de tu resurrección que se encuentran en este alimento.

(P. JLSS)