(2Cor 4, 7-15 / Sal 123 / Lc 9, 23-26)

El 5 de febrero siempre ha sido fiesta nacional, mucho antes de que encimaran “el día de la constitución” (1917), la fiesta que se celebra en el todo el país es la del primer mártir mexicano, San Felipe de Jesús, cuyo martirio fue el 5 de febrero de 1597, fue beatificado en 1627 y canonizado en 1862. Su vida, al igual que la de todos los santos y mártires son un ejemplo para cada uno de nosotros.

Si investigamos un poco acerca de la vida de san Felipe de Jesús podremos reconocer, una vez más, que Dios no hace distinción de personas (cf. Hch 10, 34-35) y que si somos dóciles a su gracia él puede obrar maravillas en y a través de nosotros (2Cor 12, 9). Felipe, aún siendo muy joven e inquieto, se ha convertido en un grande intercesor nuestro en el cielo y un testimonio de fe «pues no amó tanto su vida que temiera la muerte (cf. Ap 12, 11).

Todos nosotros “Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que esta fuerza tan extraordinaria proviene de Dios y no de nosotros mismos”; nuestra fe en los la intercesión de los santos, no se basa en una falsa idea de perfección en ellos, sino que son para nosotros un ejemplo de docilidad a Dios, de abandono a su gracia dejando de lado los prejuicios personales y dejándose amar libremente por Dios.

Cuentan que Felipe murió invocando al Señor, diciendo: «Jesús, Jesús, Jesús», haciendo vida las palabras del Evangelio: “Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga…” Señor, queremos serte fieles, no permitas que pongamos ningún pretexto para no seguirte libremente, que sepamos tomar nuestras «cruces» dejando actuar tu gracia en nosotros, confiados en tu amor y tu poder. «¡Por la cruz en que expiraste, San Felipe de Jesús, haz que el pueblo mexicano su gloria encuentre en la Cruz!»

(P. JLSS)