(1Jn 2, 12-17 / Sal 95 / Mt 2, 36-40)

Quisiera que basáramos nuestra reflexión de este día en la frase final del Evangelio que hemos escuchado: “El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él”, nada hace a la carrera, Dios no actúa por impulsos.

¿Sabes aguardar el cumplimiento de la voluntad de Dios o te desesperas fácilmente? Confiar en Dios es saber reconocer su presencia y cuidado aún en medio de situaciones difíciles e incomprensibles, reconociendo su amor y poniendo nuestra seguridad en el poder de su gracia.

Quien permite que cualquier circunstancia le robe la paz, pidámosle a Dios nuevamente enamorarnos cada vez más de Él, poner nuestra confianza puesta completamente en Él, conscientes de que “el mundo pasa y sus pasiones desordenadas también. Pero el que hace la voluntad de Dios tiene vida eterna.”

No nos entretengamos en ningún falso refugio, pidámosle a nuestro Padre Amoroso que la grandeza de su amor produzca en nosotros la paciencia y serenidad que necesitamos para no desesperarnos tan fácilmente y, también, nos dé la capacidad para reconocer su permanencia en nuestras vidas.

(P. JLSS)