San Chárbel, Makhluf

Su fama y milagros han trascendido la soledad de la ermita, y el ermitaño de Annaya es invocado como intercesor y ejemplo de vida cristiana por todo el orbe cristiano. 

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Infancia.

José Antonio nació en Ba´kafra, Líbano, el 8 de mayo de 1828. A muy tierna edad quedó huérfano de padre, cuando el imperio otomano reclutó a su papá, Antonio, a las filas del ejército y no se supo más de él. Su madre, Brigitta, se casó con un buen hombre del lugar que después fue ordenado sacerdote. Así, José Antonio ayudaba a su padrastro en la santa Misa y en la parroquia, como en los trabajos del campo y en el cuidado de los animales, y es en ese ambiente familiar, de trabajo y religioso propio del siglo XIX que José Antonio comenzó a barruntar la voluntad de Dios. Si, desde pequeño aprovechaba la soledad en el bosque para dedicar momentos de oración donde solamente él y Dios tenían cabida. 

Juventud.

Miriam era una linda joven del pueblo, y el joven José Antonio lo sabía. Ambos no eran indiferentes el uno del otro, pero el amor de José se dirigía a lo más alto. Por parte de madre tenía dos tíos monjes ermitaños a los cuales acudió para pedir su consejo y compartir lo que Dios estaba inspirando en su corazón. La preocupación por ayudar en casa, su madre y sus hermanos, hacían mella en su interior. La edad para formar una familia estaba ya en puerta. 

La fuga mundi.

A la edad de 23 años, una mañana antes de despuntar el alba, sin que nadie lo viera, José Antonio se encaminó hacia el monasterio de Nuestra Señora de Mayfuk. Caminó varios kilómetros sin nada con él, salvo la voluntad de seguir el llamado de Dios. Así comenzó su vida monacal. El noviciado lo realizó en el monasterio de Kfifan, donde conoció al maestro Nemetala al Hardini, un monje que vivió en santidad. Junto con sus hermanos novicios las jornadas transcurrían entre el trabajo manual, la oración y el estudio de las sagradas ciencias. 

Una vez terminado el noviciado llegó el momento de profesar los votos. Consagrarse a Dios en pobreza, obediencia y castidad, y llamarse Chárbel, como aquel mártir del siglo II. Así José Antonio dejaba el mundo y, ahora, sin ser más él, sería solamente de Cristo, sería Chárbel. Fue ordenado sacerdote el 23 de julio de 1859.

La regla monacal indicaba que el monje no podía tener contacto, de ningún tipo, con ninguna mujer. Chárbel sabía que el cumplimiento de la regla monacal era su mejor aliada para llegar al cielo, así, cuando su madre fue a visitarlo al monasterio, Chárbel no quiso verla. Detrás del locutorio la escuchó sin verla. Después de decirle, “nos veremos en el cielo”, se despidió de ella sin jamás verla de nuevo en este mundo.  Su vida monástica transcurrió en Annaya, en el monasterio de San Marón, donde el Señor le inspiró la vocación a la vida eremítica, pero no había ninguna ermita disponible. La oportunidad vino con la muerte de aquel ermitaño.

La lámpara y la soledad.

El padre Chárbel había manifestado su inquietud de vivir la vida eremítica, en soledad con Dios, sin embargo el padre superior del monasterio de San Marón no había tomado la decisión de concederle el permiso. La regla monacal establece de manera muy rigurosa los requisitos para que un monje pueda ser ermitaño. 

Sucedió que el padre Chárbel, habiendo pedido permiso al superior del monasterio para quedarse más tiempo estudiando por la noche, necesitó rellenar su lámpara de aceite, por lo que le pidió al cocinero hacerle esa caridad. El cocinero, quizá por bromear con el padre Chárbel, llenó de agua la lámpara en lugar de aceite. El padre Chárbel confiado en que su lámpara tenia aceite, llegó a su celda, la encendió y se puso a leer. Justamente, al ver la celda iluminada, el cocinero corrió a dar noticia de lo sucedido al padre superior, este acudió con el padre Chárbel y le pidió apagara la lámpara y durmiera. El hecho quedó anotado en la bitácora de vida del monasterio.  Tras este suceso, al padre Chárbel se le concedió la ermita de san Pedro y san Pablo, perteneciente al monasterio de san Marón en Annaya. 

El ermitaño.

El padre Chárbel solía celebrar la Santa Misa cada día a las 11 de la mañana para después tomar su único alimento a las 12 del mediodía. El padre Macario subía cada día para asistir al ermitaño en la Santa Misa, pero el resto del día transcurría en soledad, oración y trabajar la tierra. El ermitaño solamente puede alimentarse de lo que produce la tierra mediante el trabajo de sus manos. La vida de penitencia se encrudecía con la llegada del inverno. Le padre Chárbel vestía solamente su hábito y dormía sobre una cama de hojarasca con una piedra como almohada. Pero todo era nada porque el Señor le concedió contemplar el Cielo en la Tierra. 

La fama del ermitaño comenzó a expandirse por la región, fama que le venía por su cercanía con Dios. Y sucedió que hubo una plaga de langostas que estaba devastando los cultivos, provocando hambre. El padre Chárbel, lleno de fe en Dios, bendijo agua que los pobladores regaron por los campos, terminando milagrosamente con la plaga. 

Ejmech es un poblado cercano a Annaya. Allí, todos conocían al “loco” de Ejmech. Un hombre que padecía tormentos por una enfermedad mental, que a la época no tenía tratamiento y posiblemente era desconocida como enfermedad mental. Sin embrago, optaron por llevarlo ante el padre Chárbel para que orara por él. El ermitaño leyó sobre él el Evangelio, oró a Dios y este recobró la cordura, la razón. 

El místico.

Era 16 diciembre de 1898, el frío inclemente golpeaba el cuerpo del padre Charbel, cansado por la penitencia y la edad. El padre Macario, fiel a la cita diaria, lo acompañaba en la celebración de la Santa Misa. Pero el padre Chárbel no pudo más en el momento de la elevación, y su cuerpo cayó por tierra ante el altar. 

Sus hermanos monjes lo trasladaron al monasterio donde durante 9 días estuvo en agonía. El 24 de diciembre, en la víspera de la Navidad, el padre Chárbel fue llamado a la casa del Padre. Tras las exequias su cuerpo fue sepultado en el monasterio junto a los demás monjes difuntos.  

La gloria.

Unos asaltadores eran perseguidos por la policía del imperio otomano. En las cercanías del monasterio, la policía vio una luz en medio de la noche que brillaba particularmente. Acercándose a la luz, llegaron a las puertas del monasterio. Un tanto preguntando sobre los asaltadores y otro tanto interrogando sobre la luz, fueron a donde estaban las tumbas de los monjes. El padre superior del convento junto con los policías, vieron que de la tumba del padre Chárbel salía una luz brillante.

Las paredes del monasterio comenzaron a humedecerse. Había que dar con el origen de la humedad antes de que los muros se estropearan. Todo llevó a las tumbas de los monjes, el origen, la tumba del padre Chárbel. Un líquido sangüinoliento emanaba de la tumba del ermitaño de Annaya. En efecto, al abrir la tumba el cuerpo de Chárbel se encontraba ni solo incorrupto, sino flexible. Chárbel estaba como dormido. De mil maneras intentaron secar el cuerpo. Poniendo paños sobre él para absorber el líquido,  lo cambiaban a diario de hábito, lo expusieron al sol en la azotea del monasterio. El cuerpo continuaba exudando y flexible. 

Los fieles comenzaron a agolparse por multitudes en el monasterio, los milagros se sucedían uno tras otro. Los cielos veían, los cojos andaban, los mudos hablaban…

Después de haberse realizado el proceso de canonización por la Santa Sede, san Pablo VI lo canonizó el 9 de octubre de 1977 en San Pedro. 

Su fama y milagros han trascendido la soledad de la ermita, y el ermitaño de Annaya es invocado como intercesor y ejemplo de vida cristiana por todo el orbe cristiano. 

Fuente: sancharbelenmexico.mx

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