(Jb 38, 1. 12-21; 40, 3-5 / Sal 138 / Lc 10, 13-16)
Tras esta semana de meditación junto a Job, preguntémonos cómo está nuestro corazón respecto a la misericordia de Dios, si sigue dispuesto a recibirle y si ya no lo está ¿a qué se debe? ¿Lo tenemos claro? “Hagámosle caso al Señor que nos dice: no endurezcan su corazón…” el pueblo de Israel dudaba de Dios aún cuando habían visto sus obras (Cf. Sal 95, 9) ¿nos pasará igual?
Job tras vivir su proceso de duelo, es capaz de dejar de lado esa especie de soberbia que surge en el ser humano cuando atraviesa el sufrimiento y que lleva a rechazar a Dios por no comprenderle, sólo hasta entonces reconoce nuevamente la grandeza del Señor frente a su pequeñez. “He hablado a la ligera, ¿qué puedo responder? Me taparé la boca con la mano. He estado hablando y ya no insistiré más: ya no volveré a hablar.”
Atrevámonos a reconocer frente a Dios que su misterio nos rebasa, aceptemos su amor, su misericordia y dejemos que esto transforme nuestras mentes para lograr aceptar el misterio, que nos motiven las palabras del Señor: “Ay de ti, ciudad de Corozaín! ¡Ay de ti, ciudad de Betsaida! Porque si en las ciudades de Tiro y de Sidón se hubieran realizado los prodigios que se han hecho en ustedes, hace mucho tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza.”
Señor sabemos que nos amas ya no queremos luchar con tu amor, te dejamos vencer porque salimos ganando. Tú nos conoces profundamente…, todas nuestras sendas te son familiares. «Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal de que tu voluntad se cumpla en mí, y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre.»
(P. JLSS)
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