Fiesta de la Transfiguración del Señor
(Dn 7, 9-10. 13-14 / Sal 96 / Mc 9, 2-10)

Las palabras que se escuchan desde el Cielo para conducirnos a Jesus: “este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas todas mis complacencias; escúchenlo…” deben resonar en nuestro interior siempre, pero sobre todo, deben resonar cuando estamos pasando por un momento difícil.

Cuando no comprendemos aquello que nos toca vivir ¿recurrimos al Señor o a qué lo hacemos? ¿buscamos refugios fáciles o fuerza para perseverar? Para los discípulos, tras mirar lo extraordinario de la Transfiguración del Señor, era más fácil quedarse allí con el Señor transfigurado, que hablar del tema de su partida de este mundo (cf. Lc 9, 31).

Para evitar equivocaciones o pensamientos triunfalistas (que por lo general rechazan todo dificultad), el Señor les manda no hablar de lo que han visto hasta haber resucitado de entre los muertos, quién se abandona a la voluntad de Dios, sabe que el nunca le abandonará, aunque las cosas se pongan difíciles Dios nunca nos abandona.

Sigamos el ejemplo de Jesús, seamos dóciles al Espíritu Santo y al amor de Dios, abandonémonos a su voluntad; en los momentos de dificultad volvamos nuestra vista al Señor y escuchémoslo. Que Dios nos conceda experimentar nuevamente su amor para no desalentarnos tan fácilmente.

(P. JLSS)