(Jer 26, 1-9 / Sal 68 / Mt 13, 54-58)
Una de las consecuencias más comunes de procurar vivir conforme a la voluntad de Dios (que quiere que todos nosotros nos salvemos y lleguemos al conocimiento de la verdad, 1Tim 2, 4) será el desprecio y/o la crítica, porque a la gente le molesta cuando uno no es del montón.
Eso le pasó a todos los profetas, al mismo Señor, a los grandes santos y a todos aquellos que procuran el bien común. Cuando se escuchan sus palabras o propuestas, aquellos que no quieren cambiar preferirán denostar o menospreciar a quien les confronta y así obtener un falso sentido de bienestar, buscando aligerar su conciencia.
Jeremías al anunciar lo que Dios le pedía se encontró con un pueblo cerrado a Dios que prefirió buscar la manera de condenarlo a muerte; a Jesús le pasó algo semejante, la gente de su tierra se cerró a su acción por creer conocerle. Ambos grupos estaban renuentes al cambio, por más que se les ofreciera algo bueno.
No nos cerremos a la acción de Dios, por nada, el amor siempre está en expansión nunca es estático, “La palabra de Dios permanece para siempre. Y ésa es la palabra que se les ha anunciado.” Pidámosle a Dios Espíritu Santo la apertura necesaria para no cerrarnos a la renovación y libertad que Dios siempre nos quiere dar. Revisemos aquello por lo que nos hemos venido resistiendo al amor de Dios.
(P. JLSS)
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