(Is 38, 1-6. 21-22. 7-8 / Sal 38 / Mt 12, 1-8)

Muy buena frase para iniciar la reflexión de este viernes, la de la aclamación: “mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen…” ¿qué tanto me comporto como oveja del Señor? ¿Le escucho más a él que a los demás «ruidos» que se nos presentan? ¿Le sigo con fidelidad?

Escuchar es prestar atención a aquello que se oye, es más que solo percibir ruido. Para aquellos que la palabra de Dios es importante procurarán escucharla siempre, no se dejarán distraer por las dificultades personales, pero deben estar atentos para no caer en el error que por estar viendo las limitaciones ajenas, dejan de buscar lo más importante.

No podemos decir nada de la vida íntima y personal de los fariseos de los que habla Mateo en el Evangelio, pero sí podemos decir mucho de su actitud hacia los demás, era como de juez no como de hermano. Quizá un falso sentido de superioridad sobre aquellos considerados por ellos mismos como inferiores, hay que procurar con todas nuestras fuerzas que nos pase esto.

Ninguna corona, ningún puesto, ningún título es mayor que el de «hijos de Dios», si no entendemos primero eso no hemos entendido nada. Dios ha querido salvarnos por su misericordia, no esperemos a estar como el rey Ezequías que solo hasta que peligró su vida tuvo la valentía de volver a Dios. Que el Espíritu Santo nos aliente para dejarnos conducir de vuelta a la gracia. Quien tiene a Dios en su vida no tiene deficiencia de nada.

(P. JLSS)