(Am 8, 4-6. 9-12 / Sal 118 / Mt 9, 9-13)
Vivir como reconciliados con Dios implica la aceptación de tener necesidad de su gracia, aceptación de sabernos enfermos y reconocerle como el lugar donde podemos encontrar la salud. Es responder sinceramente qué tan necesitados nos sentimos del amor y la gracia de Dios.
El mismo Señor reprochaba a aquellos que por creerse buenos ya no se esforzaban porque el Dios siguiera actuando en sus vidas: “No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos. Vayan, pues, y aprendan lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios.” Quien no se considera enfermo, nunca irá al médico Ni aceptará la medicina que se le ofrezca.
Seamos dóciles a la voz del Señor que nos invita a buscar nuestro descanso y alivio en Él. “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio…” hay que acercarnos, reconocer cuál es nuestra carga y dejar que cargue con nosotros, «su yugo es suave y su carga ligera» (cf. Mt 11, 29-30).
Quizá en estos momentos estemos pasando por dificultades o simple monotonía que nos hace experimentar cierta lejanía, pero la palabra de Dios es la misma. Quizá se esté cumpliendo en nosotros las palabras del profeta Amós: “Días vendrán, dice el Señor, en que les haré sentir hambre, pero no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra del Señor.” Que Dios sea la única fuente a la que acudamos en busca de saciarnos de la verdad.
(P. JLSS)
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