(St 2, 14-24. 26 / Sal 112 / Mc 8, 34-9, 1)
Ayer Jesús preguntaba a sus discípulos «y ustedes ¿quién dicen que soy yo?» y decíamos que de eso dependerá la apertura que le demos a su amor y a su gracia. Porque para Él somos muy valiosos, “a ustedes los llamo amigos, dice el Señor, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre…” ¿nos comportamos como sus amigos?
Quien se siente protegido por Jesús y le reconoce como su amigo, le sigue confiado, por ello el Señor aclara: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Quien ante la amenaza se olvida del Señor, terminará acudiendo a cualquier otra falsa seguridad arriesgándose a perder la libertad.
Una de la más grandes obras que produce la fe, es la perseverancia en la dificultad y/o el sufrimiento, porque es cuando lo que profesamos se convierte en realidad, el apóstol Santiago compara las obras con el aire, “Pues así como un cuerpo que no respira es un cadáver, la fe sin obras está muerta”, no hagamos de nuestra fe algo estéril.
Pidámosle a Dios, que por la fuerza del Espíritu Santo, nos dé la fortaleza para perseverar siempre a su lado confiando más en Él que en nuestra lógica humana, que el amor que nos tiene nos lleve a reconocer en las necesidades de los hermanos una oportunidad que el Señor nos envía para hacer llegar su amor, haznos señor instrumentos de tu paz, de tu presencia en este mundo.
(P. JLSS)
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