(Is 52, 13- 53, 12 / Sal 30 / Hb 4, 14-16; 5, 7-9 / Jn 18, 1-19, 42)

Las últimas palabras de una persona antes de morir es algo que suele impresionar muchísimo porque, por lo general, nos dicen aquello que la persona no quiere que se ignore, en ocasiones expresan hasta la personalidad del que las dice, Juan nos cuenta que el Señor “…dijo: «Todo está cumplido», e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.”

Todo se cumplió, por ello no debemos olvidar jamás el misericordioso acto redentor. “Todos andábamos errantes como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Cuando lo maltrataban, se humillaba y no abría la boca, como un cordero llevado a degollar; como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca”. ¿Estamos dispuestos a reconocer su amor? ¿Nos dejamos mover por su gracia?

El relato de la pasión y las últimas palabras del Señor nos dejan clara su determinación por nuestra libertad, su firme decisión por alcanzar nuestra redención, su inmenso amor por cada uno de nosotros. ¿Qué mayor prueba queremos? Ya se cumplió todo lo necesario para que seamos libres ¿hasta cuando vano a aceptar esa libertad que se nos ofrece?

Dejémonos impresionar nuevamente por el Sacrificio del Señor, “Mantengamos firme la profesión de nuestra fe. En efecto, no tenemos un sumo sacerdote que no sea capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que él mismo ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado.” Dirijamos nuestra miradas hacia el crucificado, allí está el remedio enviado por Dios para todo aquello que necesitamos.

(P. JLSS)