(1Jn 2, 12-17 / Sal 95 / Lc 2, 34-40)
Siguiendo con la necesidad de que se nos note el amor de Dios en nuestras vidas, hoy la palabra nos invita a cuestionarnos donde tenemos nuestro corazón puesto ¿es en el mundo o en Dios? “Porque todo lo que hay en el mundo: las pasiones desordenadas del hombre, las curiosidades malsanas y la arrogancia del dinero, no vienen del Padre, sino del mundo…”
Se supondría que para quienes conocemos al Señor hacer esta balanza entre Dios y el mundo debería ser bien sencillo, porque nadie arriesga algo de mucho valor por algo de poco, de allí que reconozcamos cuánto es el valor que le damos al Señor en nuestras vidas, esto dependerá de aquello que nos cueste desprendernos más.
Ana estaba muy al pendiente del Señor, de encontrarse con él a tal grado que fue capaz de reconocerle en dos humildes personas que llegaban al templo, en un niño. ¿
Cuántas personas irían a presentar a sus hijos y sin embargo ella fue capaz de reconocer su llegada en medio de la monotonía.
No nos dejemos distraer por nada, a nada le demos mayor valor que a nuestro Señor. Pidámosle al Espíritu Santo que nos haga capaces de poner todo nuestro corazón, intenciones y deseos en el amor y la gracia de Dios, para no anteponer nada a él. Quién a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta.
(P. JLSS)
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