(Ef 1, 15-23 / Sal 7 / Lc 12, 8-12)
Ayer escuchábamos que el Espíritu Santo es la garantía de nuestra herencia, la vida eterna. Todos los que hemos sido marcados con Él, demostrándonos también que Dios no hace distinción. Jesús en el Evangelio nos dice, inclusive: “A todo aquel que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero a aquel que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará.”
Blasfemar contra el Espíritu Santo es cerrar los ojos a la evidencia de la obra de Dios, no es que Dios no quiera perdonar, sino que el hombre se empeñaría en no ser perdonado. Porque si dudamos del perdón de Dios, de su misericordia, estaríamos limitando la acción del Espíritu Santo.
Dejémonos sorprender por Dios, contemplemos la acción de Dios y digamos como el salmista: “¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes; ese pobre ser humano, para que de él te preocupes?” que esta sorpresa se convierta en gozo en nuestro interior por contar con tanto amor a nuestra disposición y que éste nos transforme.
Hagamos poquito silencio y meditemos qué nos quiere decir Dios a través de las palabras de San Pablo: “Le pido que les ilumine la mente para que comprendan cuál es la esperanza que les da su llamamiento, cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da a los que son suyos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros, los que confiamos en él, por la eficacia de su fuerza poderosa.” ¿Aprovechamos al Espíritu Santo que habita en nuestro interior?
(P. JLSS)
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