SÁBADO – SEMANA XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO

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(Gal 3, 22-29 / Sal 104 / Lc 11, 27-28)

“Antes de que llegara la etapa de la fe, estábamos presos y bajo la custodia de la ley, en espera de la fe que estaba a punto de manifestarse. De modo que la ley se hizo cargo de nosotros, como si fuéramos niños, para conducirnos a Cristo, a fin de que fuéramos justificados por la fe…” tras escuchar estas palabras de san Pablo, preguntémonos si nuestra vida de fe se fundamenta en puros preceptos o en gozar el amor y la gracia dados en Jesucristo.

San Pablo habla de la ley como si se tratase de un pedagogo (παιδαγωγὸς, era el siervo encargado de llevar a los niños a la escuela, no era ni el padre ni el maestro), entendiendo esto podemos comprender más porque para san Pablo todo carece de valor después de su encuentro con Cristo, la ley lo conducía a su encuentro, por ello solo se preocupaba por gozar de aquello que había encontrado.

En este fragmento del Evangelio que escuchamos, no nos encontramos un rechazo de Jesús hacia su Madre, lo que encontramos es una enseñanza sobre el reino que supera todas las leyes de la naturaleza y genera vínculos más fuertes. Si bien es cierto es dichosa, nosotros también podemos serlo si le aceptamos. “Dichosos todavía más los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica.”

Pidamos a Dios Espíritu Santo que nos ayude a escuchar la palabra de Dios, prestar atención en eso que se oye: «Dios nos ama tan profundamente, tanto que nos ha enviado a su Hijo para que nos salve, no para condenarnos» (cf. Jn 3, 16-17) y dejemos que el amor nos conduzca, él siempre nos conducirá a ser libres, plenos y mejores personas. Quien no ama no conoce a Dios por qué Dios es amor (1Jn 4, 8).

(P. JLSS)

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