(Is 30, 19-21. 23-26 / Sal 146 / Mt 9, 35-10, 1. 6-8)
Ayer el Señor nos demostraba la importancia de la fe, hay que creer firmemente que “El Señor sana los corazones quebrantados y venda las heridas. Tiende su mano a los humildes y humilla hasta el polvo a los malvados…” para permitir que su acción produzca cambios en nuestro interior.
Mientras Jesús y sus discípulos recorrían ciudades y pueblos predicando el reino de Dios y curando a los necesitados de toda enfermedad y dolencia, Mateo nos dice que el Señor “al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor.” Aún hoy él se compadece de nosotros y quiere curarnos ¿nosotros queremos ser curados?
Si seguimos las palabras de Isaías deberíamos preguntarnos por qué hay oscuridad en nuestras vidas, “El día en que el Señor vende las heridas de su pueblo y le sane las llagas de sus golpes, la luz de la luna será como la luz del sol; será siete veces mayor, como si fueran siete días en uno”. Dios ya nos liberó, reconozcamos aquello que nos hemos reservado y entreguémoselo.
Padre ayúdanos a cambiar nuestra manera de pensar, a confiar más en ti, por la fuerza del Espíritu Santo haz que reconozcamos aquello que vivimos y es producto de nuestra falta de fe, que no te culpemos de aquello que nosotros no hemos querido ser libres. Tu haz sido claro: “Éste es el camino. Síguelo sin desviarte, ni a la derecha, ni a la izquierda” cuando nos desviamos es cuando vienen las consecuencias.
(P. JLSS)
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