(Gn 1,1-2,2 / Sal 32 / Gn 22,1-18 / Sal 15 / Ex 14,15-15,1 / Ex 15 / Is 54, 5-14 / Sal 29 / Is 55, 1-11 / Is 12 / Bar 3, 9-15. 32-4,4 / Sal 18 / Ez 36, 16-28 / Sal 41 y 42 / Rm 6, 3-11 / Sal 117 / Lc 24, 1-12)
Desde el inicio de esta misa podemos reconocer cómo todo nuestro esfuerzo cuaresmal valió la pena, con el rito del Lucernario se nos recuerda quién es la Luz del Mundo (cf. Jn 8, 12) por la que nos debemos dejar conducir, después a través de la narración de la «historia de salvación» reconocemos la presencia trascendente de Dios en el tiempo y, con el gran «Aleluya» festejamos que la muerte también está vencida.
Dejemos que la delicadeza utilizada por el Ángel para dar el anuncio de la resurrección del Señor a estas mujeres nos impacte, lo primero que se menciona es: “No teman. Ya sé que buscan a Jesús, el crucificado. No está aquí; ha resucitado, como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde lo habían puesto…” Dios en sus mensajes siempre traerá paz ¿quieres saber si algo viene de Dios? Revisa la paz que da.
Después el Ángel continúa diciendo: “…Y ahora, vayan de prisa a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea; allá lo verán’. Eso es todo.” El único anuncio apremiante qué hay que hacerle al mundo es que Jesús está vivo, que reina y tiene el poder sobre todo. Nos podemos encontrar con Él en nuestras galileas personales, en lo común de nuestro día a día.
Abandonémonos al influjo del Espíritu Santo y permitámosle que grabe en nuestras mentes y corazones el inmenso amor de Dios y que jamás nos dejemos gobernar por el miedo, ya que “Sabemos que nuestro viejo yo fue crucificado con Cristo, para que el cuerpo del pecado quedara destruido, a fin de que ya no sirvamos al pecado, pues el que ha muerto queda libre del pecado.” A nosotros nos toca vivir como resucitados, muertos al pecado y vivos para Dios, en Cristo Jesús, Señor nuestro.
(P. JLSS)
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