SÁBADO DESPUÉS DE CENIZA

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(Is 58, 9-14 / Sal 85 / Lc 5, 27-32)

Uno de los testimonios más bellos acerca de la misericordia de Dios y de la firme determinación de Jesús por nuestro bien, la podemos encontrar en la frase que acabamos de escuchar: “No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan”.

Tu pecado no le asusta al Señor, lo que si le pudiera impactar sería tu cerrazón a su amor y a su misericordia ¿estas dispuesto a dejar que la gracia te transforme o prefieres quedarte igual por miedo? Leví creyó más es la misericordia que en su pecado, confió en que Dios «no quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva». ¿Qué es más grande en ti, el miedo o la confianza?

Me llama la atención que desde el Antiguo Testamento, Dios nos pide en su palabra que antes de hacer sacrificios, dejemos de hacer el mal. El camino es el siguiente uno toma la firme determinación de seguir a Dios, renuncia a aquello que descubre que no es compatible y se esfuerza por irse configurando más con él.

Puede ser que en tu camino de vida espiritual, te encuentres aún al principio en el decidirte por Dios o no, no hay problema con ello, problema será que no te decidas, que te quedes inmóvil ante la gracia. Con Dios se trata de ser frío o caliente, no tibios (cf. Ap 3, 16-17). Padre ayúdanos a reconocer cuál es nuestra mayor necesidad y así seguirte con entera libertad.

(P. JLSS)

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