(Flp 2, 12-18 / Sal 26 / Lc 14, 12-33)
Quienes creemos en Dios debemos esforzarnos por perseverar siempre, en los momentos alegres y en los difíciles, en estos últimos debemos aferrarnos a la certeza del Salmista: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar?”
Hay que pensar en lo que hacemos cuando se nos presenta el miedo, hacia donde corremos o donde buscamos refugio, san Pablo recomienda docilidad a la gracia: “Sigan trabajando por su salvación con humildad y temor de Dios, pues Él es quien les da energía interior para que puedan querer y actuar conforme a su voluntad.” A él debemos recurrir en primer lugar siempre.
Seguir al Señor implicará momentos en los cuales no solo se debe aceptar lo incomprensible, sino que se debe reconocer en ello la voluntad del padre y asumirlo responsablemente sin pretextos. “»Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.”
No le demos tanta fuerza a nada que no sea Dios, pongamos nuestra paz y serenidad en sus manos, en su amor y en su gracia. Para «brillar como antorchas en el mundo, al presentar a quienes nos conozcan las palabras de la vida».que nuestra mayor preocupación sea buscar el «¿cómo?» antes que el «¿por qué?». Uno parte de la confianza lo segundo no.
(P. JLSS)
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