(1Cor 7, 25-31 / Sal 44 / Lc 6, 20-26)
Después de escuchar la elección que el Señor hace de sus apóstoles, la liturgia nos invita a escuchar las bienaventuranzas, que Lucas une con una serie de imprecaciones, las primeras tres casi sinónimas hablan de pobreza, llanto y hambre, la cuarta es el reconocimiento de que los pobres por su actitud piadosa, resignada y moral están ya a las puertas de su ingreso en el reino que Cristo anuncia.
Frente a ellos están los que los ricos, los que se hartan, los que se ríen… frente a la miseria de tantos. Porque se hacen indiferentes a las cosas del Reino. Como bien enseñó san Ignacio, el demonio querrá confundirnos con la riqueza desmedida, la vanidad y esta se convertirá en soberbia, en este último estado ya casi nada puede hacerse.
En la primera lectura escuchamos un san Pablo que aconseja a los jóvenes a no meterse en complicaciones de este mundo, a preferir siempre cosas que no les resten libertad. Las cuestiones materiales ¿te están robando la paz demasiado? ¿Cómo está tu confianza en la Divina Providencia y en la permanente protección de Dios?
Sólo quien ha madurado su esperanza en Dios, será capaz de entender enseñanzas del Señor como la que escuchamos “dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo.” Porque significa que este desprecio también manifiesta que ya ko se es del montón, que el mayor interés no está en el aplauso y que lo más valioso no es lo de este mundo. Que nuestro Padre celestial fortalezca nuestra esperanza.
(P. JLSS)
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