(Col 1, 1-8 / Sal 51 / Lc 4, 38-44)
Seguimos con la invitación de esta semana a discernir por qué voces «o ecos» nos estamos dejando influenciar más, hoy en el Evangelio escuchamos como el Señor tenía muy clara la misión que se le había encomendado: “El Señor me ha enviado para llevar a los pobres la buena nueva y anunciar la liberación a los cautivos.”
Y como tenía esto claro, no le daba tanta importancia a los distractores que pueden presentarse en la vida que se resumen prácticamente en tres (los mismos que se le presentan al Señor en el desierto) afán de riquezas, vanidad y soberbia. Estos tres distractores se pueden convertir en grandes limitaciones para nuestra vida de fe.
San Pablo al elogiar «la fe en Jesucristo y el amor a todos los hermanos» que se vivía en la comunidad de Colosas aclara cuál ha sido la clave para que lo lograran “A esto los anima la esperanza de lo que Dios les tiene reservado en el cielo.” Claridad en la meta y docilidad a las inspiraciones del Espíritu Santo ¿qué tanta emoción te da pensar en la vida eterna?
Cuando el Señor Jesús en el Evangelio calla a los espíritus o pide a los que sana que no cuenten a nadie lo que ha obrado en ellos, lo hace para que la gente no acudiera a él en busca de un curandero o taumaturgo, sino como nuestro Salvador. Espíritu Santo ilumina nuestras mentes para que podamos comprender cuál es la esperanza que nos da tu llamamiento (cf. Ef 1, 18) y así nos dejemos conducir hasta la verdad plena (cf. Jn 16, 13)
(P. JLSS)
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