(Nn 13, 1-2. 25-14, 1. 26-29. 34-35 / Sal 105 / Mt 15, 21-28)
¿Es fuerte nuestra esperanza? ¿Cómo anda nuestra confianza en Dios? ¿Permitimos que el miedo se imponga en nuestras vidas? Quien cree y confía, lucha por aquello que desea; quien es presa del miedo o se rinde o se conforma. De allí la importancia de hacernos las anteriores interrogantes.
En la primera lectura hemos escuchado lo que el miedo nos puede hacer si nos dejamos, los hombres enviados a ver la tierra prometida, aún cuando la vieron y les impresionó todo lo que en ella vieron, al escuchar que se debían enfrentar a muchas cosas para conseguirla, prefirieron decir que no era tan buena… el miedo limitándoles.
En el Evangelio, hemos escuchado a una mujer que deseaba la curación de su hija, y aún cuando todo le podía estar haciendo sentir ignorada, ella no se distrajo, si en Jesús estaba la oportunidad de conseguir aquello que deseaba, allí perseveraría. Pudo soportar el “silencio del Señor”, estaba convencida de que “también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”.
Este día Padre, queremos pedir que el Espíritu Santo nos fortalezca interiormente para ser capaces de aguardar pacientemente el cumplimiento de tus promesas en nuestras vidas, que nos enseñe a perseverar a ejemplo de tu Hijo, siempre dóciles al influjo del espíritu, destruye en nosotros todo miedo. Así sea.
(P. JLSS)
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