(Ex 16, 1-5. 9-15 / Sal 77 / Mt 13, 1-9)
El Evangelio de este día nos presenta nuevamente la parábola del sembrador, en la que el Señor quiere que nos queden claros los elementos que hemos escuchamos en la aclamación: “La semilla es la palabra de Dios y el sembrador es Cristo; todo aquel que lo encuentra vivirá por siempre.” ¿Le hemos encontrado ya? ¿Qué tanto le dejamos involucrarse en nuestras vidas?
Una cosa que puede limitar mucho la acción de Dios en nuestras vidas es la comparación, ya sea con otros o con otras situaciones, Él nos quiere santificar (hacer buenos, mejores personas) a nosotros, en nuestra realidad concreta, conforme le dejemos ser iremos cambiando, poco a poco, a nuestra velocidad, no se trata de una competencia.
El pueblo de Israel padeció mucho en el desierto por perder de vista a Dios, dejarse distraer y pasársela añorando la esclavitud en lugar de tener su atención puesta en la tierra prometida. Cuestionémonos qué tanto añoramos el pasado, qué tanto nos comparamos con los demás y qué tanto vivimos nuestra fe auténticamente.
Padre Bueno envía sobre cada uno de nosotros tu espíritu para vivir de manera libre nuestra fe, sin andar preocupándonos por cuestiones secundarias, que nuestra preocupación sea que tu palabra dé frutos en nuestra vida, los que tú nos quieras dar. “Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga.”
(P. JLSS)
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