(Is 10, 5-7. 13-16 / Sal 93 / Mt 11, 25-27)
Ayer comenzábamos la reflexión con la frase de la aclamación anterior al Evangelio que decía: “Hagámosle caso al Señor, que nos dice: «No endurezcan su corazón»”. Y hoy la palabra nos invita a saber reconocer cuándo el Señor nos utiliza como instrumento de su providencia, para lo cual necesitamos no tener el corazón endurecido.
En la primera lectura escuchamos cómo Isaías reconoce que Asiria había sido sólo el medio por el cual Dios había castigado al pueblo por sus infidelidades, pero por su soberbia cayeron en creerse autosuficientes, por ello el reclamo es: “¿Acaso presume el hacha frente al que corta con ella? ¿O la sierra se tiene por más grande que aquel que la maneja? Como si la vara pudiera mover al que la levanta y el bastón pudiera levantar a quien no es de madera”.
Tanto Mateo como Lucas en su Evangelio (cf. Lc 10, 21-24) nos cuentan esta acción de gracias del Señor al reconocer la acción de la fe en sus discípulos, aún cuando nos lo cuentan en contextos diferentes la intención es la misma, hacernos comprender que el Reino de Dios y la fe son un don de Dios. Mateo cuenta esto frente a la cerrazón de escribas y fariseos a Jesús y su mensaje, Lucas nos lo cuenta al regreso de los setenta y dos discípulos.
Pidámosle al Señor que nos conceda saber ser agradecidos, saber agradecer nos ayudará a combatir la soberbia (manifestación más clara de un corazón endurecido); Espíritu Santo ven a nuestros corazones, líbranos de toda falsa autosuficiencia o protagonismo egoísta que no nos permita ser agradecidos y nos cierre a los demás.
(P. JLSS)
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